Nuestro planeta está rodeado de una fina y tenue capa de gas, que nos mantiene cálidos y permite que el clima exista y básicamente hace la vida en la
Tierra posible.
Pero esa preciada atmósfera nuestra se está fugando, cada segundo, al espacio exterior.
Afortunadamente, es una fuga muy lenta, ya que para que cualquier objeto (sea una molécula de gas, un cohete, o un gato) rompa la atadura de la gravedad de la
Tierra y escape, tiene que salir volando de aquí a 34 veces la velocidad del sonido.
Se requiere la energía de una tonelada métrica de TNT para impulsar a una persona a esa velocidad (en la práctica se requiere más energía debido a la resistencia del aire y la necesidad de un cohete para sobrevivir al lanzamiento), y menos energía para objetos más ligeros: una décima de eso para un gato, por ejemplo.
Salvo el impacto de un gran asteroide que pueda expulsar grandes franjas de la atmósfera hacia el espacio, los únicos gases que regularmente escapan de la atmósfera de la
Tierra hoy en día son el
hidrógeno y el
helio (los
elementos más ligeros del
universo).
Hay varias formas en las que las moléculas de
hidrógeno y
helio pueden terminar en una misión sin retorno hacia el espacio. Algunas, cerca de la parte superior de la atmósfera, simplemente obtienen suficiente energía del calor del sol para escapar.
Otras son partículas muy rápidas y cargadas que usualmente no podrían escapar debido al campo magnético de la
Tierra.
Ocasionalmente, sin embargo, estas rápidas partículas sin electrones chocan contra una molécula neutral con suficiente fuerza para aflojar, y robar, uno de sus electrones.
Ahora, siendo neutra, la rápida partícula es libre del campo magnético de la
Tierra, y si la colisión resulta colocarla en dirección a las estrellas, hacia allá irá.
Finalmente, algunas de las líneas del campo magnético terrestre son debilitadas y empujadas fuera de la
Tierra por el viento solar, una violenta corriente de plasma emanada por nuestro sol.
Las partículas cargadas guiadas por estos campos magnéticos pueden simplemente salir volando por los extremos débiles como las chispas de un cable vivo.
Pero si nuestro planeta no tuviera un campo magnético, las cosas podrían ser mucho peores.
Marte, por ejemplo, no tiene un campo magnético protector, así que la poca atmósfera que tiene es constantemente golpeada y arrancada por el viento solar. Incluso con su burbuja protectora, la
Tierra está
perdiendo suficiente
hidrógeno para llenar un globo de un metro cúbico cada segundo.
No hay necesidad de preocuparse, tomará unos pocos miles de millones de años antes de que
perdamos todo el
hidrógeno de esta forma, pero quizá algún día en el distante futuro, alguien mirará a la
Tierra y se preguntará, tal y como hacemos ahora con Marte: ¿Hubo alguna vez vida en este trozo errante de roca?