Hace no mucho España lideraba el ranking de países inversores en energías renovables. Es así que quien viaja hoy por el territorio español difícilmente pase mucho tiempo recorriendo sus caminos y carreteras, sin toparse con la cima de una colina crispada de molinos generadores de energía eólica, o una inmensa granja de paneles solares.
La caída en nada menos que un 68% en las inversiones en materia de renovables sitúa ahora a España al tope de las naciones que abandonan la apuesta por las energías limpias. La excusa de la crisis económica, que puede tener cierta validez, se cae por sí sola al confrontarla con la persistencia de la apuesta por el gas natural que le cuesta al país más dinero que las subvenciones a las renovables. Mientras tanto el Gobierno continúa subvencionando a las compañías eléctricas que utilizan combustibles fósiles para generar energía.
La retirada del apoyo a la generación de energías alternativas, redundará sin duda en el achicamiento del mercado inversor en el tema, lo que llevará seguramente a la devaluación del parque energético respectivo.
Pero la inversión o desinversión inmediata no es el único problema. Todavía no está meridianamente claro el sobrecosto que cada gobierno debe enfrentar por los efectos del cambio climático.
La energía eólica, la energía solar, la geotérmica y la biomasa, entre otras renovables, vienen a aportar una solución al problema del calentamiento global y por ende del cambio climático. Es de esperar que el árbol no tape el bosque y que el gobierno no tenga miras tan cortas.
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